Quinta parada: Chiang Mai
Texto y fotos: Familia Seco Ros
Las sonrisas es algo muy característico de Tailandia, pero la de nuestra guía Poh era especial. Además de tener un perfecto castellano, nos llevó un paso más allá en lo espiritual y lo placentero.
Gracias a ella comprendimos mucho mejor el budismo e incluso bajo su tutela los 5 hicimos el paseo, el triple paseo de la flor de Loto.
Wat Phra That Doi Suthep, uno de los mayores centros de peregrinación budista fue el testigo de nuestro paseo. Los niños como ofrenda subieron sus 309 escalones en lugar de tomar el funicular y allí compartimos la oración con los monjes. Su majestuosidad, su ubicación y su silencio provocaban una paz interior difícil de explicar.
Allí también aprendimos “Satu” y el placer de disfrutar de sus templos. En Chiang Mai todo parecía salido de un cuento milenario, incluso en Shangri-La Hotel.
Nos sentimos como parte del decorado y nos lanzamos a recorrer sus calles y sus templos como si llevásemos allí toda la vida. ¡Qué ciudad tan amable para el visitante! Parecía que no existía la prisa…
Durante todo el viaje los madrugones se iban sucediendo, pero no importaba aunque el de hoy rozaba ya lo inaudito.
Nuestros cuerpos estaban activos pero a nuestras mentes les costaba mucho digerir que el día había comenzado. La mini van abandonaba la ciudad para ir adentrándose poco a poco en una jungla más espesa mientras que la carretera no hacía más que encoger.
El día apenas había abierto y allí estábamos en una de las aldeas más recónditas de la región de Chiang Mai, más o menos preparados para la aventura. María quizás era la más excitada. Ella había estado en alguna tirolina, pero claro… ¡nada que ver!
Nuestros anfitriones, Flight of the Gibbon, nos explicaban y nos instruían sobre qué hacer o no hacer, pero ninguno en realidad era capaz de dimensionar lo que estábamos a punto de iniciar.
Al enfrentarnos a la primera, todos pensábamos lo mismo: “Dios de mi vida”, excepto María que saltó al vacío sin pensarlo ni un segundo. Seguro que eso es lo que nos dio a todos el valor y la fuerza para hacerlo sin pensarlo más de la cuenta. ¡Qué experiencia! La adrenalina salía a borbotones. Al terminar, una sonrisa tailandesa se nos quedó grabada a fuego en la cara.
A las 11 horas de la mañana, en medio de la selva en una terraza colgada sobre un valle imposible, estábamos comiendo los seis y comentando la jugada. Eso sí, rodeados por tres músicos que nos envolvían con un música relajante y paz centenaria.
La tarde no había empezado y ya habíamos volado sobre la jungla, recorrido la montaña, descubierto una aldea olvidada por el mundo y entendido sus costumbres. Nos enseñaron como reciclaban los cocos y los convertían en platos, como hacían sus almohadas de té y cómo ellos hacían licor de la miel.
Podríamos haber dejado el día así y hubiese sido genial, pero aún quedaba mucho por disfrutar. Como no pudimos disfrutar de un templo que parecía sacado de una película de Indiana Jones, por un momento formábamos parte de un cuento antiguo: recorrimos la ciudad en Segway.
Un poco de velocidad, un poco de destreza, un poco de sortear el tráfico, un poco de templos, un poco de jardines, un poco de refresco, un mucho de calor y una cantidad ingente de disfrute… ¡Otro día perfecto en la infinita Tailandia!
Sí, debemos admitirlo: Los Secorros no nos metemos fácilmente en la cama. Después de ese interminable día para cualquier ser humano, los cinco sacamos fuerza para disfrutar del mercado nocturno. ¡Y eso que María solo tiene nueve años!
Shopping adictos, curiosos, aventureros, podéis llamarnos como queráis, pero gastamos hasta el último cartucho y ese fue cuando montamos ¡en el Tuk Tuk para los 5! ¡Qué gozada!
A la mañana siguiente, todo empezó muy pronto, como siempre, a las 7 de la mañana. Estábamos desayunando en la planta noble con vistas a la selva infinita, cargando pilas para para ver a los elefantes. No teníamos claro qué haríamos, pero tampoco queríamos saberlo porque preferíamos dejarnos sorprender.
Sumit nos enseñó a cuidar, respetar y entender. Nos contó lo que comían, cuánto duraba el embarazo, su peso medio y te podías dar cuenta del respeto que tenían por ellos y cómo los cuidaban.
Nosotros pudimos ser cuidadores de elefantes por un día, les dimos de comer y nos dieron besos. Sí, besos de elefante. Así dicho quizás suene raro e incluso algo asqueroso, pero puedo asegurar que no lo es.
Después de más de una hora de darles de comer pasa de ser gracioso a un trabajo, pero así eres capaz de entender mucho mejor la relación que hay entre el animal y el hombre.
Después de tanto comer ellos y nosotros trabajar ambos necesitamos un descanso e hidratarnos. La hidratación en Tailandia es primordial, al principio piensas “qué pesados siempre te ofrecen agua”, pero es al cabo de unos días cuando el que la pide eres tú.
Creíamos que todo había acabado aquí y había sido tan fantástico que la tristeza nos invadía, pero ¡no! ¡Patos al agua! Bueno, más bien ¡elefantes al agua!
¡I N C R E I B L E! Esto superaba nuestras expectativas con creces.
Los 5 bañando a los elefantes, ni en la mejor película o en nuestros mejores sueños podíamos haber pensado que el día terminase así, metidos los 5 en el río con los elefantes y con las personas que más queríamos. Paraíso terrenal absoluto. ¡Un sueño hecho realidad!
La adrenalina y el cansancio hacían mella en nosotros y la vuelta a la ciudad fue en silencio absoluto. Cada uno de nosotros a su manera hacia copia de esos recuerdos en su disco duro personal.
Pero el día no había terminado ni mucho menos, nos quedaba ¡el Night Safari!
El día y la noche no se parecen en nada, y en cuanto a animales menos. Una cosa es un paseo a plena luz y otra muy distinta verlos de noche.
Poder tocar, ver y alimentar jirafas, cebras, ciervos es una sensación increíble. También (pero obviamente a otro distancia) pudimos disfrutar de rinocerontes, leones, tigres y osos. ¡Una experiencia única!
Con ese subidón de día, ¿cómo no ir a despedirse del mercado nocturno y de los Tuk Tuk de Chaing Mai? Algo breve pero intenso.
Llevábamos más de 15 días en este fantástico país y cada sitio conseguía impresionarnos y marcarnos. La sensación de pena y alegría era constante, los sentimientos a flor de piel.
¡Adiós Chiang Mai!
Hello Bangkok!
Para leer las aventuras completas de la familia pincha en los siguientes enlaces:
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