Por Gonzalo Azumendi (Texto y fotos)
Me fascina la historia del Templo Doi Suthep en Tailandia. Un elefante blanco llevaba las reliquias de Buda y en lo alto de una colina se tumbó para nunca levantar. Fue la señal para que allí se construyese el templo Wat Phra That Doi Suthep, el más hermoso de Chiang Mai. Con esta historia en la cabeza, en todos los templos veía representaciones de elefantes acompañando a Buda.
Tailandia se me revelaba como un país “elefante-friendly”. Seguía sus rastros, sus representaciones… Y cuando alguna aparecía como gigantesca estatua, me acordaba del toro de Osborne en nuestras carreteras. Establecía la comparación, y entendiendo el valor totémico de ambos animales para cada cultura, no pude evitar preguntarme PARA QUÉ SIRVE UN ELEFANTE.
Así que, acompañado de mi cámara, fiel a mi profesión de fotógrafo, me dirigí al Norte, al llamado Triángulo del Oro, formado por las fronteras de Myanmar, Laos y Tailandia en el rio Mekong. Un área apacible, absolutamente bella, donde los colores son una explosión de vida, con la herencia de un misterioso pasado, cuando la zona era conocida como Triangulo del Opio.
En Chian Saen, en el museo del opio, me transporte a esa novela de tiempos remotos, turbulentos, prohibidos…pero es al borde del río, en el Templo Sop Ruak, donde me reencontré con dos imponentes estatuas de elefantes, custodiando un enorme Buda de oro.
En Chiang Rai, bajo la estatua del rey Mangrai, hice mi ofrenda y formulé mi deseo cuando el atardecer enrojecía el cielo; ahora que ya tenía el carnet de conducir, el PADI para bucear y la tarjeta de El Corte Inglés… ¡me haría mahout!, ¡conductor de elefantes en Tailandia!
Conseguiría mi licencia, y quién sabe si recorrería el país, o igual desde allí El Camino de Santiago… y hacer un blog y entrevistas en las televisiones locales relatando la experiencia! ¡Son las grandes ilusiones las que impulsan el mundo!
Me habían hablado de un hotel donde una vez hospedado, caías para siempre hechizado por los elefantes ¡descubrías su alma, además de jugar con su trompa y abanicarte con sus inmensas orejas!
El Hotel FOUR SEASONS TENTED CAMP de Chian Saen era un sueño. Allí descubrí el glamping, contracción de las palabras glamour y camping.
A la noche, tras la cena, junto a los establos lanzamos un globo al cielo y pedimos nuestros deseos ¡Graduarnos como domadores de elefantes!
Y al amanecer, desde mi habitación de explorador en el campamento de lujo… ¡Al abrir los ojos vi mi elefante tranquilo… estaba esperándome!
Allí empezó la locura: Llegó la manada y en vez de balancearse, fueron a buscar a otro elefante para venir a desayunar con nosotros. Si ponías cariño dándoles un plátano, ¡te daban un beso con su trompa!.
Acabado el desayuno, mi maestro me esperaba para trasmitirme la experiencia de toda una vida como Mahout, grabada a flor de piel.
Generoso, desnudó todo su conocimiento, regalándomelo. Y me puso frente a mi elefanta, la dulce Boon Maa.
Fue intenso, muy hermoso. En segundos hubo algo…y ella me adoptó. Y así es como nos fuimos por la jungla, a perdernos, a recorrerla descubriendo el mito, ¡la senda de los elefantes!
Mi excitación era enorme. ¿por fin era ya un Mahout?
Cuando llegué a la habitación no me lo podía creer. Tenía mi diploma sobre la mesilla ¡Era evidente que había aprobado! ¡Había aprendido a amar a los elefantes!…Me fui feliz, y hoy cada vez que vuelvo a Tailandia llevo mi carnet, y siempre hago algún recorrido sobre el gigante de la selva, el que custodió fiel las cenizas de Buda en busca del lugar más hermoso para su descanso eterno.
¡Amo a los elefantes!… (¡aunque puesto a elegir, me gustan más las chicas…eso sí!)
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