Por Pedro Madera
No hay nada mejor para preparar un viaje que recuperar las imágenes de otro por la misma zona. En destinos asiáticos es casi una obligación. Un viejo libro de relatos, una antigua edición de Lonely Planet y unas diapositivas, escaneadas con un viejo escáner, son el mejor reclamo para volver a poner los ojos en el rio Mekong.
Su “recorrido” es fácil de ver en los mapas. Son casi cinco mil kilómetros de curvas y contracurvas. Meandros imposibles, rápidos insalvables y un delta que no se sabe muy bien donde acaba. Esa distancia lo convierte en un viaje mágico, no fácil en muchas ocasiones y tedioso en otras; pero cualquier tramo nos va a sorprender. No es una simple línea de agua. Parece la columna vertebral de un gran dragón, que marca todo el sudeste asiático. Ese “dragón de agua” es una autopista de emociones. En ocasiones parece dormido y en otras lleva mucha prisa. Pasa por junglas inexpugnables luego perfila inmensos campos de arroz, y siempre encuentra ese vitalismo que sólo se aprecia en las ciudades asiáticas.
Por encima de todo está su componente humano. Desde el mirador del Triángulo de Oro, donde Tailandia, Birmania y Laos, hacen frontera, eso se entiende mejor.
En las orillas aparecen esas pequeñas aldeas que saben poco de pasaportes y acuerdos internacionales. Una agricultura muy básica y técnicas de pesca artesanales son los métodos de subsistencia para una población que parece ajena a los juegos de la geoestrategia mundial. Desde su nacimiento en las mesetas del Tibet hasta su desembocadura en el Mar de China, el Mekong demuestra que la vida de un río es más global que cualquier otro acuerdo internacional.
En el lado tailandés los días se suceden con esa placidez que transmite el país. Los viejos tuk tuk van siendo sustituidos por las nuevas pick up, pero en su parte trasera siguen transportándose esas gallinas enjauladas, montones de coco, sacos de arroz y niños… muchos niños. Las palmeras, los campos de cultivo y una vida marcada por las estaciones, son perfectos cuando se mezclan con los recuerdos del maravilloso Templo Blanco de Chiang Rai.
El paso fronterizo de Chiang Khong en Tailandia recuerda las fronteras de otros tiempos. Un pueblo de urbanismo imposible, un disciplinado agente tailandés que nos sella el pasaporte. Unos pocos metros más abajo… una barcaza nos lleva a la otra orilla. Sólo es cruzar el río, pero técnicamente llegamos a otro país…
Un letrero nos avisa de nuestra llegada a Laos. La bandera con la hoz y el martillo nos recuerda otros tiempos y en un enjambre de cables y contadores de luz aparece un letrero que avisa del punto fronterizo de Houay Sai. El sonriente policía laosiano recoge sin pestañear los 35 dólares. Dos golpes de sello de caucho, ponen a dormir nuestro pasaporte en un montón de papeles durante veinte minutos para subir su autoestima y algún gesto de complicidad son los requisitos para salir de su oficina y buscar una embarcación para seguir bajando por el Mekong.
Ahora que todo es tan fácil, los más viejos no olvidan. El Mekong es un río de película, con alma, que guarda bien sus secretos y tan sólo los revela a aquellos que de verdad buscan algo diferente. Es un territorio que ha estado cerrado durante años, y que desde hace unos años vive su particular modo de entender la moda. El turismo facilita todo.
El río es la excusa para un nuevo comercio de alquiler de barcos. Las viejas barcazas que suben y bajan con camiones, madera o alimentos son ahora menos rentables que los barcos para mochileros. Incluso se pueden mezclar. Un grupo de turistas paga más que un camionero que necesita embarcar su viejo camión chino, que sería una joya para cualquier coleccionista en Europa. Por supuesto que los viejos barcos de madera y vapor son ahora los más cotizados por ese gusto que tiene los occidentales por “ lo nuevo con un toque antiguo…”
Dicen que en Laos el Mekong muestra su lado más rebelde. Bien lo saben los franceses, que en el periodo colonial pensaban que sería el canal de acceso en China y que no pudieron por las cataratas de Khone Phapheng demasiado altas y rocosas. Con el cambio de las tendencias, esos tramos más atrevidos, son los que han convertido a Laos en un destino de referencia para los aficionados al Rafting.
Entre los sitios más recomendados está Nam Fa al norte, un recorrido de unos 75 kilómetros entre bosques tropicales, aldeas y algún que otro rápido. En Nam Ngum, cerca de la capital, el rafting es ya sólo para profesionales de este deporte, simplemente porque hay tramos muy peligrosos. Esas aguas tienen su propia vida. Es el territorio de más de 1.200 especies de peces, con el Pez Gato, y los Delfines como gran objetivo. Incluso no faltan las historias de espíritus, que en Laos siempre han andado a sus anchas, como Phitack el espíritu del campo de arroz o Gong Goey el de los bosques.
Hay que ir atentos para ver los pájaros, autenticas aves del paraíso, las increíbles orquídeas que llenan de color el verde intenso o por si aparece el Phiphannam “el espíritu que comparte el agua” descrito en el folklore tailandés.
Todavía en territorio de Laos, nada es sin embargo como la llegada a Luang Prabang, antigua capital del reino, es el destino más visitado de Laos. Aquí la vida tiene otros parámetros. Nadie parece tener prisa. Las excursiones a los alrededores se hacen temprano para evitar las horas más cálidas y húmedas, excursiones a sitios como las cuevas Pak Ou, a 25 kilómetros a las que se puede llegar por el río. También se puede ir a Kuang Si Waterfall, un lugar que parece una mezcla entre la fuente de la eterna juventud y una escena del Libro de la Jungla. Una serie de cataratas y piscinas naturales de aguas turquesas rodeadas de vegetación, donde bañarse y relajarse. Desde las cataratas superiores la vista quita el aliento.
De vuelta a Luang Prabang se hace una parada en un “ bar de carretera” un puestecito hecho de madera y cubierto de hojas secas donde tomar una cerveza “Beer Lao” que como su nombre sugiere es la cerveza del país.
Ese río que ahora funciona como frontera también ha tenido sus momentos de fricción. Sólo así se explica que el puente que une Tailandia con Laos por la provincia de Nong Khai, se llame el Puente de la Amistad. Una obra de ingeniería de más de un kilómetro nos abre paso a un tramo de río mucho menos turístico. Más de 500 kilómetros de río frontera. Con todos los recuerdos de la II Guerra Mundial y la Guerra del Vietnam. Aquí el río es una autopista natural.
La orilla thai del río en esta zona norte enseña el ritmo cotidiano de este país. En la provincia de Nakhon Phanom, el protagonista es el río Mekong y sus orillas ofrecen el escenario perfecto para un poco de aventura, paseos en bicicleta, senderismo o excursiones en canoa. Parece el nuevo paraíso del nuevo turismo activo. Sorprende la orografía. No es un simple paseo. Incluso para los ciclistas más acérrimos el esfuerzo es considerable, a la peculiaridad del terreno hay que añadir un clima húmedo y caluroso incluso cuando se ha puesto el sol. Pedaleando se van recorriendo carreteras estrechas entre palmerales, caminos de montaña, en bosques tropicales, riberas de ríos misteriosos…
Por suerte, no todo es esfuerzo. Por la noche, sentados en algunos de los restaurantes que dan al río las cervezas Chang se abren con facilidad, se saborea un aromático pescado con arroz o una sopa Tom Yam de intenso sabor.
Las carreteras se van haciendo más sencillas a medida que se va hacia el sur. La vieja 212, va perdiendo protagonismo y gana en autenticidad. Poblados casi olvidados y la selva va cobrando su peaje en un recorrido tan salvaje como emocionante. Nombres como Pha Taem, Kaeng Tana o Mukdahan son auténticos santuarios naturales.
Esas provincias de Ubon Ratchathani y Mukdahan son las joyas olvidadas de la cultura khmer. Templos y ruinas nos hablan de su glorioso pasado. Solo la visita a Phanom Rung National Park, ya merece el viaje. Una locura de estupas y construcciones marcadas por una luz cegadora. Hasta los amantes de la cerveza cuentan ahora con su lugar de peregrinación con el Wat Lan Kuad, una simpática estructura hecha con más de un millón de botellas… Aquí todo el mundo tiene su opción…
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