Ha escrito y dibujado en diferentes latitudes, pero no recuerda bien quien le enseñó a escribir y dibujar, y cree que debería, porque décadas después, escribe mucho y dibuja mucho. Sus textos han aparecido en la revista Siete Leguas, en Ocholeguas y en el suplemento Viajes del periódico EL MUNDO, y colabora en la revista de la editorial enfocada al viaje y sus culturas, La Línea del Horizonte, en la que se han publicado algunas de sus ilustraciones.
Dice que no tiene certezas pero que viajar es entender que el movimiento es el estado óptimo del cuerpo, y la quietud, el de la mente. Se describe con una frase de Clarice Lispector “En realidad yo no sé escribir cartas de viaje, en realidad siquiera sé viajar”, pero sabe que a los nómadas siempre les gustó aprender.
En La Línea del Horizonte:
http://lalineadelhorizonte.com/revista/colaborador/belen-alvaro
http://lalineadelhorizonte.com/revista/colaborador/juan-echeverria-y-belen-alvaro
Todas las fotos pertenecen a Belén Álvaro y Juan Echeverría
De pequeña querías viajar a la luna, te encantaba el espacio, y querías llegar hasta él, ¿se puede decir que ahí empezó a picarte el gusanillo por viajar?
Supongo que el gusanillo nos pica en el momento en que iniciamos el viaje de la vida. Vivir es movimiento, aunque no salgamos de nuestra habitación, porque cada una de nuestras células cumple su viaje y nosotros con ellas. Puede que la vida sea ir de la A a la Z, pero las etapas intermedias no tienen nada que ver con el abecedario y se escriben para cada uno. Pessoa decía que “para viajar, basta existir”… Aún me fascina el universo, la astronomía.
Creo que pensaba que las respuestas a los grandes interrogantes de la humanidad estaban escritas en letras claras y negras en el espacio, pero no las veíamos porque el fondo es también negro. El tiempo pasaba rápido mirando estrellas, pero el mundo siempre me tenía cogida de la mano y cuando me iba a escapar me devolvía a la Tierra, a un poblado en África, a los mapas de un atlas, a los ojos de un anciano nepalí, al frío de la Antártida, a un otoño en Japón, a las voces de casa.
De la Ingeniería Aeronáutica al periodismo y de ahí a la Cooperación Internacional, vaya cambio, ¿no?
Durante un tiempo, creí que sí, pero no hay ningún cambio, es una continuidad. Las tres se daban de forma simultánea. Crecí enamorada de la radio, del periodismo; también de la ciencia, de la naturaleza y desde que puedo recordar, sentía la necesidad de ir a África, de ayudar a niños que siendo como yo y posiblemente, mereciéndolo incluso más que yo, sufrían hambre, enfermedad, falta de oportunidades, violencia… entonces, no sabía qué podía hacer por ellos, y tardé años en saberlo.
Cuando estudiaba ingeniería, ya hacía un programa semanal en Radio Vallekas (RVK). Allí pasé algunas de mis mejores horas, en la soledad del estudio, al principio, muy básico con cáscaras de huevo para aislar las paredes, manejando la mesa de mezclas, poniendo música, hablando por el micrófono sin llevar nunca nada escrito. Entrevisté a personas a las que admiro.
En esos años, empecé a colaborar con una ONG, que hoy sigue su trabajo como Fundación, tendría unos 18 años y la cooperación ya nunca saldría de mi vida. Trabajé varios años como ingeniera, y me saqué la carrera de periodismo, los cinco años íntegros porque no convalidaban ninguna asignatura, disfruté la vuelta a la universidad. Compaginé los tres caminos, hasta dar el salto definitivo a un contrato de larga duración con un organismo internacional y me fui a trabajar al terreno.
Soy una mezcla heterogénea de ingeniera, cooperante y periodista junto con otros ingredientes, y aunque muchos me preguntan qué soy más, me gusta responder que depende del momento.
Qué aprendizajes vitales tienes de cada una de estas etapas de tu vida en una frase.
De todas aprendí lo mismo, que la vida no es fácil ni obvia, que a veces te pellizca hasta hacerte sangre y otras te llena la cara de besos.
Que lo que no se comparte, se pudre; y que si por cualquier circunstancia hoy no lo puedes compartir, hay que envolverlo con delicadeza para compartirlo en otro momento.
Que la tranquilidad se logra dedicándose tiempo hoy y todos los días. Que lo importante no está en los libros, pero que éstos pueden ser linternas en el camino.
Que el corazón que no se entrega, acaba por quedarse rígido.
Que la creatividad es el mejor bálsamo para la soledad y para el encuentro.
Que tenemos derecho a la alegría, pero también a la tristeza.
Que como decía Clarice Lispector “perderse, también es camino”.
Que la muerte nos acompaña durante toda la vida. Que hemos estropeado el mundo, y que ahora, nos toca reflexionar y arreglarlo porque no conocemos todavía ningún otro lugar con tantas maravillas.
Cuéntanos tu experiencia en cooperación internacional, tu “otra forma de viajar”, ¿ha sido duro? ¿Qué te ha enseñado?
Lo duro habría sido no haberlo intentado; no haber decidido aquella larga noche de pensamientos con 19 años, aceptar esa primera oportunidad que tenía de ir a África como cooperante; lo duro habría sido haberme echado atrás. Tenía todos los miedos del mundo pero aquel parecía el camino. Tienes la sensación de que siempre te dan más de lo que puedes ofrecer. Agradecían mi presencia, que hubiera dejado mi familia, mis amigos, mi país para estar con ellos, para escuchar sus historias, para ayudarles en lo posible.
Una parte importante de la persona que soy, se la debo a mujeres y hombres que en condiciones muy duras siempre encontraban motivos para levantarse sin una queja, para sonreír aunque sus lágrimas no se hubieran secado todavía.
Todos los días hay muchas personas que trabajan en campos de refugiados, en zonas devastadas por conflictos o sequías, en hospitales desabastecidos o en medio del mar, por dar algunos ejemplos, y hacen una labor extraordinaria. La alegría más contagiosa y las ganas de vivir más puras las he encontrado en esos lugares, no en buenas mansiones con mesas selectas. Pero no hay que confundirse, la pobreza o la guerra son situaciones no deseadas, todas las personas quieren, para uno mismo y para sus hijos, una educación, una sanidad, un trabajo, una vivienda dignos. Si no es así, algo hay que cambiar.
¿A cuántos destinos has ido por trabajo? ¿Y por placer?
Te digo algunos pero no están todos, no me gustan las listas ni los coleccionistas de países. Por trabajo, la gran mayoría: Mauritania, Indonesia, Togo, Perú, Nicaragua, Kirguistán, India, Jordania, Madagascar, Kenia… Por placer, países europeos como Portugal e Italia, otros como Argentina y Japón. Lo que sí te puedo decir es que de todos tengo recuerdos que siguen vivos y que a todos volvería.
Uno de ellos ha sido Tailandia, cuéntanos tu experiencia, ¿qué fue lo que más te gustó?
Cada lugar o momento te gusta por algo diferente. Tailandia es una caja de secretos y maravillas. Pero si alguien me pregunta por Tailandia, sé que en algún momento, le hablaría de las flores. Todo el país está perfumado.
En cualquier ciudad, pueblo o casa, en cualquier hotel o templo, en cualquier mercado o transporte, incluidas las barcas que transitan por el río Chao Praya o los tocados en el pelo de las bailarinas en Chiang Mai, existe una ofrenda o un adorno floral.
Si pienso en Tailandia, aparecen flores de loto y orquídeas, y regreso a la conversación con Sakul Intakul, creador del Museo de Cultura Floral de Bangkok. Sakul decía que las flores son un reclamo natural hacia el presente, porque contemplar una flor es una suerte de meditación que nos sumerge en el aquí y el ahora; decía que las flores marchitan porque todo lo bello es efímero. Tailandia es un país de flores.
¿A qué sitios te gustaría ir que no has visitado de Tailandia?
Hay varios, siempre hay lugares, pero sobre todo personas, que anotas en el cuaderno y son razones para regresar. Me gustaría recorrer Tailandia en tren hasta donde me lleven las vías, la zona norte o el mar de Andamán de isla en isla. Pero también intentaría un viaje idéntico, volver a los mismos lugares, encontrarme con el monje, la vendedora de frutas, las bailarinas, el barquero, el empleado de hotel, con las mismas personas con las que tuve la suerte de coincidir.
Borges recomendaba el placer de releer, de volver a leer los mismos libros. Es lo contrario de buscar siempre algo distinto. Si a veces se desea volver a vivir lo vivido, revivir; ¿por qué no desear volver a realizar el mismo viaje? Reviajar, si esta palabra existiese. Cuando uno relee lo leído, es cuando uno aprende lo que tenía que saber o encuentra lo que no buscaba; todo eso que en la primera lectura y en el primer viaje, se nos pasó por alto.
¿Por qué recomendarías el País de la Sonrisa?
Porque los tailandeses son artistas de lo cotidiano, cada día es un lienzo que se llena de belleza, de una belleza que no necesita ser perfecta para ser bella. Está en los platos de su gastronomía; en los intensos colores marrones y azafrán de las túnicas; en la cera de las velas que se consumen en los templos; en el mar y la vegetación brillante de sus islas; en los aceites y aromas con que cubren la piel en el masaje, en miles de detalles como esa pulsera de hilos de algodón que un monje te puso al inicio del viaje para protegerte, y que en el avión de regreso, sigue en tu muñeca.
Fuiste madre hace unos años, ¿irías con tu familia a Tailandia? ¿por qué?
No sólo iría, sino que ya he ido, cuando mi hija apenas tenía un año. Vivíamos en Indonesia y decidimos viajar por Tailandia y Japón antes de cambiar de destino y de continente. Estuvimos en Bangkok varios días después de visitar Japón y Camboya, pero hubiera recorrido con ella muchos otros lugares de Tailandia, y espero hacerlo. Es un país de color y formas, de olores, sabores y luces, un país que estimula los cinco sentidos; y esto encaja a la perfección en el espíritu de la infancia y la familia.
Una de tus pasiones es la ilustración, la pintura, ¿qué significa para ti? ¿Cómo nació esta afición?
Pinto o escribo para desenredar la madeja de los sentimientos, para canalizar las emociones que son siempre más intensas y numerosas que los productos de la razón. Con un par de rotuladores regreso a los lugares donde he estado sin hacer las maletas, cuando pinto vuelvo a ver los paisajes, las calles, los árboles que ya no están frente a mí. “Los viajes son los viajeros, lo que vemos no es lo que vemos, sino lo que somos” esta frase también es de Pessoa. No dibujo ni escribo lo que existe sino lo que veo y siento.
Mis ilustraciones son una forma de acercarme al lugar, al momento desde otros ángulos, de explorarlos e ir más allá de la fotografía y el texto, de prolongar el tictac del viaje. Para pintar o escribir como para vivir, hay que darse tiempo, los viajes sólo toman forma sin prisa, línea a línea. No recuerdo cuando empecé a pintar, imagino que cuando conocí la existencia de los lápices y el papel.
Se te llena el alma … con las miradas y los actos que me reconcilian con el mundo.
Un refrán… mejor una frase del escritor Gonzalo M. Tavares que para mí define la eterna inquietud viajera: “Hay que llegar cansado al sitio en que se quiere envejecer, pues si se llega aún fuerte, se vuelve a partir”.
Un deseo… hace tiempo que no tengo deseos; los deseos pertenecen al futuro y el presente es demasiado real.
Un libro … alguno escrito por una mujer que se quedó en la sombra sin merecerlo.
La riqueza de la vida está en… no tener ni querer riquezas, sólo cosas simples.
¿Con qué color pintarías Tailandia? ¿Puedes definirla en una frase?
Del color de los pétalos de la flor de loto… para definirla no utilizaría palabras sino música, una que inspira.
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