Por Geles Ribelles: Texto y fotos
Me gustan las sensaciones fuertes. Eso es precisamente lo que iba a sentir cuando volvía a Tailandia por quinta vez con el ansia de explorar la remota isla de Koh Lanta, al sur de Krabi, frente al mar de Andamán. Soy una apasionada del buceo y en los destinos de mar me siento como pez en el agua, tal vez por mi naturaleza mediterránea. Por eso iba feliz a descubrir uno de los impresionantes paraísos acuáticos de Tailandia y a sumergirme en la riqueza marina de las deshabitadas Koh Haa, Koh Ngai, Koh Kradan o Koh Hagand, el Parque Nacional Marino de Koh Lanta. No podía ni imaginar lo que me esperaba.
Era a finales de noviembre, cuando se supone que ya ha pasado la época de los monzones. Aunque otras veces, en Bangkok o en Hua Hin, me había caído alguna que otra cortinilla de cálida lluvia tropical, el viaje a Koh Lanta fue épico. Provenía de Phuket y de la isla de James Bond donde jarreó a gusto, aunque me pude bañar. Las fotos de la bahía de Phang Nga reflejaron tonos grises, blancos y negros.
Es lo que tiene la naturaleza, depara por sorpresa toda la gama de colores cuando menos lo esperas. En esta ocasión, viajaba bajo la amenaza de la cola de un tifón, cuyo nombre no recuerdo, que inesperadamente y de manera inusual había virado desde India hacia el mar de Andamán. Durante todo el viaje, desde el aeropuerto de Krabi y los dos transbordadores que hay que coger hasta llegar a Koh Lanta, estuvo lloviendo. El mar, revoltoso y agitado, presagiaba ya la proximidad del amenazante tifón.
Cuando me instalé en una de las pool villas con vistas a la bahía de Kan Tiang del Pimalai Resort Spa disfruté de la calma y de una de las mejores panorámicas de la isla. Comenzaba a deshacer la maleta, cuando se desató un viento huracanado. Una inmensa y aterradora nube negra, que se movía a toda velocidad, cubrió el cielo y se precipitó sobre el mar. Llovió intensamente a mares durante media hora, como si del cielo emanara una catarata gigante convirtiendo el paisaje en una escena fantasmal. Pero de repente, tal como vino se fue. Surgió de nuevo la calma y un sol radiante con una luz espectacular.
He de reconocer que me encantó, la experiencia inquietante de ver en directo el espectáculo arrebatador del paso de la cola de aquel tifón estando al abrigo de aquella suite tan fantástica, no sé qué hubiera hecho si hubiera estado en ese momento navegando en una barquita o bañándome…
Fenómenos atmosféricos aparte, la isla me fascinó por ser uno de esos lugares todavía no invadidos por el turismo de masas, con playas vírgenes, manglares, una sola carretera que la circunda y un bosque húmedo que cubre su interior, tupido y casi inexpugnable. En Lanta Old Town, la antigua capital, conecté con la vida y el quehacer cotidiano de malayos, chinos, musulmanes y thais, que conviven en perfecta armonía cada uno rezando a sus dioses, en casas abiertas y alineadas frente al mar, algunas tiendas de artesanía y restaurantes de deliciosa comida tailandesa nutrida del pescado fresco y marisco que pulula por sus ricos fondos.
Pero lo que más me llamó la atención, fueron los poblados de sus primeros moradores, los Chao Leh. Un pueblo nómada conocido como los gitanos del mar, expertos navegantes que siguen conservando sus costumbres construyendo sus barcas long tail, adornadas con banderas de colores y boyas hechas de botellas de leche verdes. Habitan en casas palafito a orillas de la costa y viven de la pesca. Venden frutas que ellos recolectan y lo mejor de todo, son hospitalarios con los curiosos que acechamos con la cámara para llevarnos un testimonio de sus vidas.
Las noches me depararon cenas de pies descalzos sobre la arena del inolvidable Same Same But Different, y copas con música en directo en Why Not Bar y The Drunken Sailors, un alegato evocador de los Tiki bars de los años 30 y 40 en Kan Tiang Bay.
El día de la partida, la mañana amaneció serena con un sol radiante y el mar tranquilo como el agua en un plato. De vuelta a Krabi, la travesía hipnotizaba como un anzuelo tentador de islas e islotes cubiertas por velos de calima, y algún pescador faenando y mi mente pensaba cuándo podría volver de nuevo a este nirvana y desconectar del mundo.
Copyright 2015 BLUEROOM - Todos los derechos reservados - Aviso Legal - Politica de privacidad