Por Angels Mas: Texto y Fotos
Estáis advertidos. La primera impresión que tengo al llegar a Tailandia es de que estoy irremediablemente perdida. Perdida es poco. Es más bien como si hubiera aterrizado a un lugar extraño, a priori incomprensible, tanto que mis sentidos se manifiestan del todo inservibles, en huelga.
Pronto me adapto a esta nueva situación… Situación que, también es verdad, me da una cierta energía positiva. Quizá por tratarse de un país ajeno, impenetrable, uno no debería pensar que ha viajado de verdad hasta que ha visitado Tailandia, Sólo en ese instante se comprenderá por qué este país es esa realidad insólita que sigue marcando la diferencia respecto a todo lo demás.
La propia Bangkok, por ejemplo. Bangkok es como un rompecabezas puede ser tradicional, caótico o muy Chic :
Cada aspecto de la ciudad encaja perfectamente con otro al tiempo que mantiene intacta su propia autonomía. El resultado es una realidad intrincada y compleja, en donde ciertos enigmas cargados de sabiduría oriental conviven perfectamente con las más estridentes paradojas provocadas por medio siglo de occidentalización salvaje.
Bangkok lleva un ritmo de vida convulso y frenético. Tiene unos imponentes rascacielos de cristal y cemento, unos techos abarrotados de antenas y los atascos de tráfico más espectaculares del mundo. Pero también es un lugar sagrado, con templos, santuarios, monasterios recorridos por la presencia, inquietante o benéfica, de divinidades, fantasmas, ángeles y entidades ultraterrenas.
Pero Bangkok poco tiene que ver con la Tailandia profunda, rural, diversa y tranquila. Para encontrar esa otra Tailandia, maravillosa, basta con recorrer los alrededores de la capital. Porque al poco rato ya se puede notar un ritmo distinto e intuir el carácter del resto de un país que, a poco que nos lo propongamos, acabará por hechizarnos.
Por ejemplo, saliendo hacia el sur, no muy lejos, se llega al mercado flotante de Damnoem Saduak, que recuerda el modo en que los tailandeses se han movido a través de la historia: en barca.
Otro mercado que me tiene cautivada es el de Chatuchak el mercado más grande de Tailandia donde un cocinero español con gran sentido del humor Fernando Andrés se ha hecho el dueño con sus paellas gigantes.
En una cultura como ésta, completamente ligada al cultivo del arroz y a las necesidades de inundación de los campos que conlleva, las poblaciones se estructuraron sobre casas de madera soportadas por pilotes y elevadas sobre el suelo, y las vías de comunicación eran los diversos canales que como una tela de araña se extendían desde los centros habitados.
Todavía quedan canales en Bangkok, básicamente en el barrio de Thonburi, pero para tener una mayor toma de contacto en ese “mundo sobre el agua” yo aconsejo una visita a Damnoen Saduak donde cada mañana se celebra un mercado flotante.
Los campesinos acuden con sus barcas para vender sus productos, y los compradores, también en sus barcas, negocian los precios.
Otra parada imperdible: Ayuttaya, la perla de Siam. Capital del reino entre 1350 y 1767 fue el más floreciente centro de Indochina entre los siglos XIV y XVI.
Aunque la antigua ciudad del oro reluciente está hoy plagada de ruinas sorprende la superabundancia de santuarios y pagodas, y la maravillosa arquitectura de las residencias reales.
Treinta y cinco reyes la gobernaron durante más de cuatro siglos hasta que llegó a alcanzar el millón de habitantes que vivían en casas de madera sobre pilotes, en la confluencia del río Chao Phraya con dos de sus afluentes, Pasak y Lopburi.
Numerosos viajeros y embajadores occidentales describieron su celebridad: las maravillas y bellezas de una ciudad que tenía más de 500 templos construidos en ladrillo y laterita. Convertida en Parque Histórico, ofrece en un radio de cinco kilómetros la posibilidad de admirar una veintena de lugares interesantes con varios de sus edificios exquisitamente restaurados. Y es que en 1767 cayó en manos de los birmanos.
Saqueada e incendiada, su prestigio se eclipsó y aunque hubo de ser abandonada a su suerte entre la progresiva maleza invasora, nunca perdió su brillo. Hoy, las visitas al wat Yai Chai Mongkol, rodeado de un sinfín de estatuas de Buda; al wat Phra Sri Sanphet; y al Virharn Phra Mongkol Bopitrm, que alberga el mayor Buda de bronce del país, constituyen el eje central de un recorrido histórico por Ayuttaya y consolidan uno de los retratos más representativos del alma tailandesa.
Algo que me tiene cautivada de Tailandia es el contraste de la ciudad, de la cultura con sus templos, de sus islas con playas paradisíacas donde se mezcla el lujo y el diseño de sus hoteles con el mundo rural ,los poblados de los pescadores , mercados, campos de arroz pero siempre en algún rincón encuentras un momento para un tratamiento que durante el viaje se agradece… Aunque a veces son algo distintos a lo que estamos acostumbrados.
Cada vez que regreso de Tailandia estoy unos días pensando que la intensidad de tantas emociones juntas ha sido como el sueño de una niña y en mi mente se repite la palabra “Sawasdee Ka” el saludo tailandés que tantas veces repiten las mujeres con su amabilidad, mientras miro el calendario para regresar lo antes posible al país de la sonrisa.
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