Texto y fotos de Tino Soriano
Cuenta una leyenda que cuando el príncipe Sidharta se convirtió en Buda, a la sombra del árbol Bodhi, superadas numerosas pruebas y penurias, se encontraba semidesnudo y consiguió ropa de la basura. La lavó, la tiñó y la cosió para hacer el primer hábito de monje. Esta acción simbolizaba que entre lo más sucio y entre los desechos pueden nacer la pureza y la santidad. La fascinación por esta forma de pensamiento me llevó una vez más a Tailandia.
La revista National Geographic estaba preparando un artículo sobre el budismo en el siglo XXI, por lo que decidí investigar visualmente un mundo que para mí era totalmente ignoto. Mi primer anfitrión fue el monje Phra KK que, en los aledaños del templo de Svandok Pra en Chiang Mai, me comentó:
-“Eres una persona de tu tiempo, hace treinta años que cuidas tu cuerpo. Comes sano, vistes bien, buscas el éxito profesional, haces deporte, cuidas tu piel… pero nunca te has preocupado de educar la mente. No estás en equilibrio. Sin él no hay paz y precisamente la filosofía budista enseña esto”.
Puesto que el artículo del Geographic versaba sobre los tiempos que se avecinan y el budismo ya tiene 2.500 años, Phra KK me recomendó que visitara el Wat Rong Khun, también llamado “El Templo Blanco”. Se trata de un proyecto del artista Ajarn Chalermchai, nacido en la cercana población de Chiang Rai, cuya obra podría aportarme una aproximación más actual a esta filosofía milenaria.
Miles de visitantes acuden a diario, no solamente a meditar, sino también a visitar y a contemplar las pinturas que decoran el espectacular templo, entre las que se distinguen personajes tan peregrinos como el Capitán América, Superman, Bin Laden o George Bush. Su autor aclaraba “Yo deseo que todos sepan que nuestro mundo está siendo destruido por aquellos que anhelan construir armas que matan y a la vez destruyen el medio ambiente porque nunca nada es suficiente”. Una visión acorde con los tiempos que vivimos.
Según Ajarn Chalermchai todavía harán falta por lo menos 90 años para finalizar una propuesta rompedora que rivaliza con los eternos colores dorados y azafrán de los templos tradicionales. Pero para reforzar sus puntos de vista y para que quede bien clara la sinceridad de su obra, el artista propone una fórmula en consonancia con su manera de entender el budismo:
-“Disciplino mi mente para que me lleve a ser mejor persona con un pensamiento claro, hablando bien y ejerciendo buenas acciones. Todos somos humanos y mi deseo es ofrecer la bondad a las personas. Si llenamos nuestros corazones de amor y de perdón esta acudirá con naturalidad”-aunque también advierte: “necesitas practicar la paciencia antes de que puedas controlar tu propia mente”.
Otros personajes que me atraen en estos tiempos de un consumo desaforado y culto a la productividad son los novicios, los “pequeños monjes” en el lenguaje popular, por la educación que reciben desde el budismo los niños cuyas familias no disponen de medios para que estudien. En el templo acceden a numerosas disciplinas y solo tienen que observar diez reglas, contra las doscientas veintisiete de un monje ordenado.
-“Nosotros no estamos en contra de que los niños utilicen internet o jueguen con plataformas digitales si esto les ayuda en su educación. Estamos en el siglo XXI y conviene adaptarse a los tiempos” –aclara el maestro Teeraporn Jiwwichai.
En Tailandia también una persona adulta tiene la posibilidad de romper con su vida, el tiempo que decida, para dedicarse a la meditación y a la vida monacal. El budismo está cimentado en los donativos y en salir todos los días al amanecer, con una escudilla en la mano, para pedir sustento. Sin duda una lección de humildad para personas que en su vida civil quizás son banqueros, hombres de negocios o ejercen profesiones liberales bien retribuidas. El día lo completarán con tareas de limpieza, estudios de las escrituras budistas, meditación y rezos antes de acostarse a una hora temprana. Una nueva lección de vida que me regala este apasionante país.
Abhisit Jeamphue ha decidido ordenarse como monje budista durante tres meses tras licenciarse en informática. Según la tradición tailandesa su retiro determina también una fase de transición hacia la edad adulta, en una labor que no solo mejorará su karma sino que transmite sus méritos a sus progenitores, especialmente a la madre.
-“¿Qué es el nirvana?” –le pregunto.
-“Diría que es la ausencia total de deseos” –me contesta. Encierra una gran sabiduría este concepto –concluyo- en una época en que se impone una acumulación de bienes que afecta directamente a la propia sociedad y al medio ambiente.
II Parte
DE DÓNDE LOS ELEFANTES…
Una vez conseguidas las fotografías que necesito para mi reportaje de National Geographic aprovecho la estancia para visitar algunas de los santuarios que cuidan a los elefantes asiáticos, antes tan útiles para las labores del campo y ahora relegados a una vida apacible, en la medida que cada vez existe más conciencia en Tailandia sobre lo impropio que es utilizar a estos grandes paquidermos, considerados un símbolo nacional, como figurantes de circo. Los locales y los turistas, solo por contemplarlos de cerca, acuden con más frecuencia a los centros con fama de ser éticos y evitan los que tienden a transformar a los elefantes en espectáculos de feria. Lugares donde no se monta sobre ellos, no están encadenados y es posible una interacción más personal.
Tailandia es muy segura y es fácil desplazarse por ella, así que tan pronto me despierto voy a la estación de autobuses en un taxi colectivo y en las taquillas pregunto cómo ir hasta un centro que me han recomendado porque cumple con esas características.
-“Salimos dentro de una hora y media” –me dicen.
-“¿Tan tarde?” –replico.
-“Señor, es que todavía no son ni las cuatro de la mañana”.
Tiene razón el empleado. Me encuentro tan cómodo en este país que una vez levantado ni siquiera me había molestado en consultar el reloj. Finalmente el bus me deja, todavía de noche, en medio de la nada. El conductor insiste que por ahí están los elefantes, pero yo maldigo mi manía de madrugar mientras observo los pilotos traseros del autobús alejándose en la oscuridad.
Poco a poco amanece y entonces acaece el milagro. Resulta que los cuidadores se llevan los elefantes a casa para que duerman bien atendidos. Uno a uno aparecen por la carretera, desde todos los caminos circundantes, y el espectáculo no tiene parangón. El premio por levantarme temprano es esta visión exclusiva que me alegra el día y aportará un recuerdo imborrable toda mi vida.
Tras una agradable experiencia en el refugio de elefantes los veterinarios me recomiendan que visite algunos hospitales estatales, así como la Fundación “Friends of the Asian Elephant”. Su historia, que me cautivó, es como sigue:
Un día, cuando apenas tenía ocho años, Soraida Salwala vio desde la ventanilla del coche familiar a un elefante abatido sobre la carretera. Todavía vivía el animal, a juzgar por sus estertores y por su respiración entrecortada, pero su padre no le permitió apearse.
-“¿Qué le ha pasado al primo elefante?” –preguntó.
-“Un camión lo ha atropellado y no podemos hacer nada por él”
-“Deberíamos enviarlo al médico, papá”
-“¿Cómo quieres que lo hagamos, querida, si es tan voluminoso que nadie lo puede transportar? No es posible curarlo”
No habían transcurrido unos segundos cuando escuchó detrás el sonido de un disparo. La niña empezó a llorar y su padre le dijo para tranquilizarla:
-“Ahora el primo Elefante ya está en el cielo”
-“Pero ¿por qué tenía que andar por la carretera?”
Tres décadas después, Soraida Salwala fundó el primer hospital para elefantes de Tailandia y probablemente del mundo. Los objetivos de su Fundación es acabar con su explotación desde cualquiera de sus variantes: trabajando en el campo, como espectáculo para turistas, paseando por las ciudades o recluidos en zoológicos y en otros espacios de cautividad.
Muy amable, Soraida, me introduce a dos grandes paquidermos: Motala y Mosha. Ambas tienen en común que tropezaron con una mina mientras caminaban por la selva, cerca de la frontera con Myanmar.
Khun Chawalit, un técnico hospitalario especializado en prótesis humanas, se jubiló y decidió alistarse como voluntario para seguir activo, aunque ahora con los elefantes, como han hecho otras personas a lo largo del cuarto de siglo de la Fundación.
En un taller cercano a las instalaciones que albergan a los “pacientes” -como los denomina Soraida– se renuevan y construyen las prótesis gigantescas que sostienen toneladas de peso.
-“Estas heridas –me indica- también ilustran desde el punto de vista de los animales las consecuencias de las minas”.
Con lógica occidental pregunto:
– “¿Pero teniendo en cuenta que estos animales consumen centenares de kilos de comida al día y que estarán inmovilizados para siempre, quizás ochenta años, no habría sido mejor para ellos la eutanasia y evitar sufrimientos”?
-“No olvides que somos budistas y no matamos gratuitamente a los animales”- me contesta. Y con estas palabras se cerró repentinamente el círculo entre el budismo y los elefantes que me había conducido a Tailandia. Una vez más el viaje no me defraudó.
“Unos años más tarde –me contaba Soraida– en el transcurso de un programa de televisión conocí al profesor Chuen Srisawasdi. Me dijo que tenía una sorpresa… y me presentó a Tao Sala-ngam, el propietario del elefante que falleció en aquel accidente. Él mismo, por la gravedad de las heridas, quedó inválido para siempre. También supe que el elefante se llamaba Bua-Joom que significa “Loto”. Fue otra de las razones que me impulsaron a crear esta fundación. Necesitamos ayuda y si alguien desea colaborar económicamente puede visitar nuestro portal www.friendsoftheasianelephant.org. Somos solo 14 personas y llegamos con apuros a final de mes”.
Copyright 2015 BLUEROOM - Todos los derechos reservados - Aviso Legal - Politica de privacidad