Tailandia: La cara outdoor del País de la Sonrisa

Texto: Elena Moro. Fotos: Mikael Helsing.

 
 
¿Un viaje de aventura a Tailandia? Acostumbrada a hacer viajes que combinan deporte y naturaleza a partes iguales, he de reconocer que Tailandia no estaba en los primeros puestos de mi lista de destinos outdoor a los que acudir en busca de aventura… Por supuesto que, como para gran parte de la población mundial, sus interminables playas de arena blanca e islas de caprichosas formas emergiendo de aguas de intenso esmeralda, son una representación del Edén aquí en la tierra… Pero un paraíso de paz y relax… nada allí me sugería más actividad que la de darse la vuelta en una tumbona y las series de bíceps para hacerse continuos selfies.

Bueno, también conocía de oídas sus fantásticos spots del mar de Andamán y el Golfo de Tailandia, aguas cálidas, cristalinas y abundantes en vida marina, ideales para buceadores ávidos de inmersiones.

Pero desconocía la cara más activa, esa cara B compuesta de canciones casi desechadas por las bandas que al final acaban por gustar más que los hits y se convierten en auténticos clásicos. Al empezar a bucear en las posibilidades deportivas de Tailandia, dentro y fuera del agua, descubrí un montón de propuestas: trekking o mountain bike en las montañas del norte, tirolinas en los frondosos bosques, rafting en caudalosos ríos de aguas bravas, escalada en los verticales acantilados de la costa del sur o kayak de mar entre los manglares de las lagunas tropicales…

El primer filtro para diseñar el itinerario de mi viaje fue elegir las actividades a realizar, pero ¿cómo dejar de lado la historia, la cultura, la religión, la gastronomía del antiguo reino de Siam?

Aquí va un resumen de mi increíble experiencia…

 

 
Campobase: Bangkok
 

Aunque vayas luego a perderte en las playas, montañas o bosques del país, es ineludible una visita a la cosmopolita y exótica Bangkok. La llamada «Venecia de Oriente» ejerce una atracción irresistible, sus calles llenas de vida, su mezcla de tradición y modernidad…

Merece la pena pasar al menos un par de días en la capital thai y perderse por sus abarrotadas y bulliciosas calles, visitar sus coloridos templos históricos (como el complejo del Palacio Real donde se encuentran el templo del Buda Esmeralda o el Wat Pho, con un impresionante Buda reclinado de 46 metros de largo y 15 m de altura), adentrarse en el laberinto de Chinatown (el barrio chino más grande del mundo), navegar en un barco por el Mae Nam Chao Praya y los canales de Thomburi, coger el BST (el futurista skytrain que atraviesa la ciudad por el aire) y, por supuesto, probar su deliciosa gastronomía, por ejemplo en el Neon Market, street food de calidad en el downtown de la capital.

 

 

 
Trekking en las montañas del norte
 

El primer objetivo son las montañas del norte del país, pero, de camino, una parada muy recomendable para calentar motores, o mejor dicho, piernas, y prepararnos para lo que nos espera en el resto del viaje: una visita al parque histórico de Sukhothai.

Fundado en el siglo XIII, significa “Amanecer de la Felicidad”, fue el primer reino thai y disfrutó de una Edad de Oro bajo el gobierno del rey Ramkhamhaeng antes de convertirse en estado vasallo de otra de las más importantes ciudades históricas de Tailandia, Ayutthaya. El parque, declarado Patrimonio Histórico de la Humanidad por la Unesco, se puede recorrer en bici (se alquilan en la misma entrada del parque), y merece la pena pedalear hasta el atardecer, cuando el sol tiñe de rojo las ruinas, imaginarse el esplendor de sus templos en el pasado y dejarse embriagar por las sensaciones en ese lugar tan espiritual.

La provincia de Chiang Mai, el reino de los Lanna, es la zona más montañosa, verde y salvaje del país, sobre todo a medida que se acerca a la vecina Myanmar. Sus extensos campos de arroz, sus frondosos y exuberantes bosques, sus misteriosas montañas cubiertas por la niebla y sus bravos ríos, hacen de estas regiones del norte un escenario ideal para practicar deportes outdoor: trekking, rafting, escalada o mountain bike… Chiang Mai alberga varios parques nacionales de gran belleza; su capital, del mismo nombre, es la segunda ciudad más importante de Tailandia y un centro de operaciones perfecto para moverse por la zona, además de ser lugar de visita obligada porque condensa todas las cosas que hacen único al país: historia, cultura, religión, gastronomía…

Al sureste de la ciudad está el Parque Nacional del Doi Inthanon, en la cordillera de Thanon Thong Chai, frontera natural entre Tailandia y Myanmar, donde se levanta la cima más alta del país, con 2.565 m, que da nombre al parque. El frescor que emana de la abundante vegetación que nos rodea y la neblina de primera hora de la mañana contrasta con el calor y la humedad que se dan en el resto del país.

Las temperaturas más bajas de lo habitual que se dan en el Doi Inthanon atraen a numerosos locales no acostumbrados al “frío”, unos 10ºC. A pesar de la altitud, aquí no hay un paisaje de alta montaña, al contrario, a nuestro alrededor no hay atisbo de escarpadas cumbres ni áridos páramos, sólo frondosos bosques poblados de numerosas especies de árboles, plantas y aves, regados por espectaculares cascadas.

A los pies del techo de Tailandia vamos a realizar una ruta muy especial: visitar la aldea de una de las muchas tribus que aún habitan en estas tierras del norte. Las “Tribus de la Montaña” o chow kôw son minorías étnicas que poseen su propio idioma, costumbres y creencias espirituales, seminómadas en su mayoría, provenientes de otros países cercanos (los Akha, los Mong y los Mien de China, los Lahu y Lisu del Tibet, y los Karen, que es la tribu más numerosa, de Myanmar).

Algunas de ellas viven aún ancladas en el pasado, pero la mayoría se ha tenido que adaptar a la vida moderna. El turismo, en una iniciativa de los proyectos reales del rey Rama IX (el rey más querido por los tailandeses y que contribuyó al desarrollo del país), les ha ofrecido un medio de sustento mostrando a los curiosos viajeros como yo su ancestral modo de vida. Muchas empresas de trekking de la zona organizan rutas guiadas por un miembro de la comunidad local.

Nuestra guía, Chen Po, es Karen. Su nombre significa “Flor”. Nos espera en las faldas del Doi Inthanon, al inicio de un sendero que discurre por un bosque. Esta menuda mujer, que aparenta más años de los que seguramente tiene, nos saluda y sonríe siguiendo la tradición thai, mostrándonos una dentadura rojo oscuro, un tinte de dientes símbolo de belleza en esta etnia. Viste con el atuendo tradicional de los Karen: espesa túnica con cuello en pico, turbante y coloridos colgantes, aunque en los pies lleva unos modernos zuecos de goma con los que se mueve sorprendentemente ágil entre los troncos y el resbaladizo camino que seguimos.

¡A duras penas mantenemos su ritmo! De vez en cuando saca un machete que lleva en la cintura para cortar un trozo de corteza de un árbol: “medicina”, nos dice, o mostrarnos la resina con la que se puede hacer fuego. A lo largo del camino va recolectando plantas, flores, semillas, y en un abrir y cerrar de ojos me hace una corona entrelazada de hojas y ramas que me coloca divertida en la cabeza.

Terminamos el instructivo paseo en una aldea karen, degustando un café orgánico al calor de una hoguera, feliz de haber conocido a Chen Po, otras gentes y formas de vida…

 
Krabi, paraíso de la escalada
 

De las montañas del norte a las paradisíacas playas e islas del sur: en el mar de Andamán y el Índico, Ko Tao (isla de la Tortuga), Ko Hua Khwan o Chicken Island o Phi-Phi, escenario de la película “La Playa” y lugar de desembarco desde entonces de numerosos turistas. Sí, es cierto que muchas de ellas que no son tan vírgenes y solitarias como antaño, pero da igual… Esas siluetas rocosas que emergen imponentes del agua seguirán colmando nuestras retinas con su belleza, además de ser fondo de infinitos selfies en las puestas de sol, incluido el mío.

Sólo en la provincia de Krabi hay más de 130 islas, y en la vecina bahía de Phang Nga, Parque Nacional Marino, asoman más de 40 picos de montañas sumergidas desde tiempos inmemoriales en el mar, vigilados desde la costa por escarpados acantilados, algunos de ellos accesibles solo por grutas secretas. Y en el Golfo de Tailandia, el archipiélago de Ko Samui, formado por 80 islas, y Ko Chang, con 52, son objeto de deseo de los amantes del buceo.

Pero yo en lugar de sumergirme, prefiero subirme por las paredes, y es que los acantilados calizos de Krabi, en concreto los que abrazan las playas de la península de Railay, son una de las mecas mundiales de la escalada y el “psicobloc” (escalada libre con el océano como crashpad en caso de caída).

En los acantilados de Railay -donde también están algunas de las playas más bonitas de Tailandia: Phra Nang, Railay Leh East, Railay West y Ton Sai- hay más de 700 vías de todos los niveles, desde 5a a 8c. Es sólo accesible por barco, y hay varias opciones de alojamiento, desde las más lujosas, como el Rayavadee, un exclusivo complejo integrado en la naturaleza, a hoteles más económicos y hostales para mochileros.

 
Existen varias escuelas que imparten cursos para principiantes o en las que puedes contratar guías que te acompañen a las paredes de la zona. Para abrir boca, hay vías a pie de la playa de Phra Nang o Muay Thai Wall en el extremo sur de la isla. También aquí se levanta el desafiante Thaiwand Wall, con algunas de las vías de más dificultad.

Y si te cansas de escalar, un curso de submarinismo, pádel surf o kayak: otra de las mejores formas de explorar las calas e islas de Tailandia. Hay rutas en kayak de un día o travesías de varios, y entre las excursiones recomendadas, un paseo por los manglares de Ao Thalane, un laberinto de canales de agua encañonados entre enormes paredes verticales y las raíces de los manglares que parecieran patas de enormes arañas.

 
Sa Waat Dee Ka
 

Antes de viajar a Tailandia ya nos habían advertido de la extrema amabilidad de su gente; es el País de la Sonrisa perenne. Y puedo dar fe de que es así. La hospitalidad de la gente thai es otro de los descubrimientos del viaje. Uno de los rasgos más marcados de su carácter y que forma parte de su “thainess” o arte de vivir, es la forma de vivir y sentir de sus gentes basada en el “sanook” (diversión) y el “mai pen rai” (no te preocupes, sé feliz).

Tailandia me recibió con una gran sonrisa, la misma o mayor con la que abandoné el país después de un periplo descubriendo su cara más activa.